Niños


En los primeros meses de vida, el desarrollo del niño parece suceder por sí solo, como si un plan previo se fuese revelando. Esta es básicamente una definición intuitiva de un desarrollo normal: un proceso automático que no necesita ni de intervención ni orientación. Así es como el bebé aprende él solo a darse la vuelta, gatear, ponerse en pie, andar y hablar. Cuando las cosas no pasan por sí solas, empezamos a sospechar que algo no funciona. En ocasiones es un pequeño detalle, pero en otras un gran retraso en comparación con los otros niños. A veces resulta evidente la existencia de un mal funcionamiento, que incluso puede tener nombre y diagnóstico.

 

En todos los casos, mi enfoque es el mismo: un niño con problemas del desarrollo es un niño cuya capacidad para explorar y descubrir el mundo ha sido dañada. Mi papel es restaurar la dinámica positiva para que el niño pueda sentir y percibir el mundo que le rodea y empezar a iniciar más y más acciones. Estas acciones a su vez crearán el incentivo para continuar la búsqueda de sensaciones nuevas. En muchos sentidos se puede decir que funciono como un ambiente sensible que media entre la voluntad del niño, el movimiento que realiza y el resultado. Esto lo hago gracias a la forma en la que acompaño su movimiento, manipulándole con delicadeza para que pueda sentir la relación entre su propósito, la acción y el resultado; lo cual  proporciona la información necesaria para saber algo sobre el mundo.

 

El bienestar del niño es una condición obligatoria en este proceso. No se le fuerza a hacer nada, y no se le enseña a través de la repetición a hacer lo que creemos debería estar haciendo. Tampoco es pasivo. Un espectador al vernos podría creer que sólo estamos jugando; la alegría y el placer son una parte muy importante en cualquier aprendizaje y lo que produce la motivación hacia el siguiente paso. No hay nada más excitante que la mirada en los ojos de un niño cuando éste descubre una nueva habilidad que puede utilizar.

 

Hasta ahora he trabajado con niños de edades diferentes y con casi cualquier tipo de diagnóstico, desde un problema leve de malformación de las articulaciones de la cadera hasta autismo. Hay una cosa que puedo afirmar sobre todos ellos: siempre existen más posibilidades de aprender de lo que parece.

 

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