Aprendizaje
Casi todo lo que hacemos es aprendido. Para las funciones más importantes, como el caminar o hablar, ni siquiera tuvimos un maestro, o como mínimo no uno directo. La mayor parte de lo que hacemos es automático, basado en costumbres, lo cual nos permite no tener que planear o prever nuestras acciones. Las costumbres nos ahorran tiempo y energía, proporcionándonos la estabilidad necesaria para cualquier comportamiento. Pero al mismo tiempo, también suponen un obstáculo en el camino hacia los cambios necesarios para adaptarnos mejor a nuestro ambiente cambiante.
Con frecuencia nos encontrarnos con que algo que sabemos hacer deja de ser la mejor opción, o con que tendemos a repetir algo porque nos es familiar, pero somos incapaces de elaborar una alternativa.
Intenta cepillarte los dientes con tu mano no dominante. ¿Cómo te sientes? Ahora imagínate una situación en la que no puedes utilizar tu mano dominante y tienes que hacerlo todo con la otra. ¿Cómo aprenderías a hacerlo?
Para poder desarrollar nuevas posibilidades y superar un hábito, es decir, para aprender, uno tiene que saber distinguir lo que realmente se está haciendo, ser capaz de sentir cómo se mueve uno y cuál es la calidad de ese movimiento. En esta diferencia entre lo que realmente haces y lo que crees que estás haciendo, puede aparecer un nuevo nivel de conciencia. La creciente habilidad para escucharse a uno mismo y para organizarse de diferentes maneras en una situación dada, le permite al individuo desarrollar un grado de libertad e independencia cada vez mayor, tanto en el pensamiento como en las acciones, y ser cada vez más uno mismo.